¿Por qué perdemos ese entusiasmo infantil? “Sin duda, la presión social es un factor muy influyente. Desde que somos niños, la sociedad nos va lanzando ‘presupuestos limitadores’ que, según nos vamos haciendo mayores, anidan en nuestro inconsciente, atemorizándonos para, de este modo, empujarnos hacia un control continuo y excesivo de cada uno de nuestros actos. A través de la educación, la sociedad deposita en nosotros la semilla del narcisismo, de la negación del presente y de esa tendencia a ‘reservarnos’ y a ‘dosificarnos’ que nos impide entregarnos de forma plena a todo lo que hacemos”.
Larruy señala como, “en lugar de animarnos a vivir en el presente, entregarnos y ser auténticos que, como hemos señalado antes, son las claves para disfrutar de una vida plena, se nos enseña a estar pendientes de que la imagen que proyectemos sea la que ‘se espera de nosotros’. Sin mala fe, simplemente por pura inercia, se nos alecciona para actuar de forma impostada, porque se nos inculca algo terrible: no valemos por lo que somos, sino por lo que parecemos”.
Suena terrible, pero, sin que nosotros nos demos cuenta de ello, “la sociedad mancha nuestras virginales mentes infantiles, originariamente abiertas a la vida sin reticencias, minando algo tan natural e inherente al ser humano como es la confianza en sí mismo, haciéndonos inseguros y pendientes de qué dirán”.
Sin percibirlo, “la sociedad nos está enviando constantemente mensajes que potencian nuestra inseguridad y pueblan nuestra mente de ilusiones de falsas promesas que nunca llegarán a materializarse. El reto radica en dejar aflorar nuestro yo auténtico, reeducando nuestra dimensión inconsciente para liberarnos de esa mácula y, de esta manera, abrirnos a la magia de la vida, a la creatividad u la inspiración”.
¿Cómo podemos recuperar esa ilusión por todo? “Recuperar la ilusión por las cosas es un concepto que está ligado a la neurosis, la ilusión, lo iluso y lo ilusorio. El neurótico vive esclavizado por las ilusiones y por la expectativa de llegar a conseguir cosas. Y, precisamente, eso es de lo que nos hemos de desembarazar. La idea no es vivir en busca de la ilusión, sino pletóricos de entusiasmo por la vida. Un entusiasmo que se manifiesta a través de cualquier acción que llevemos a cabo. Porque ilusionarse implica acabar esclavizado por las cosas”.
El verdadero cambio, continúa, “lo alcanzaremos si promovemos, de forma activa, ese entusiasmo por todo lo que hacemos, da igual lo que sea. Para mí, la madurez es vivir con entusiasmo, no en ilusionarse”. Vivamos, pues, entusiasmados. ¡Felices vacaciones!