La segunda gran característica es “siempre darlo todo, porque solo se puede vivir de una forma: ‘a muerte‘. Este es uno de los lemas que me ha acompañado durante toda mi vida. ‘Salgo a morir’ en todo lo que hago: cuando doy una conferencia, cuando charlo con un amigo, cuando nado…”.
Según Larruy, “Springsteen y Alcaraz ‘salen a morir’, porque son guerreros. Igual que lo fue Pavarotti o, en su día, Beethoven. Son personas que están dispuestas a todo. Para ellos, la entrega siempre ha de ser total y ‘gratuita’; y no una entrega condicionada a lo que se recibe. No es esa actitud mísera de dar pensando en lo que se va a recibir, en el aplauso y en el dinero (aunque, luego, puedan llegar). Es una entrega como la de un niño, que vive la vida sin esperar nada a cambio. Que cuando ríe, lo hace de forma sincera; que cuando canta, lo hace a pleno pulmón; o que, cuando llora, lo hace, porque le brota ese sentimiento de forma genuina…”.
La tercera, prosigue Larruy, es la autenticidad. “Los niños son auténticos. Son transparentes, no filtran, no impostan. El postureo requiere un esfuerzo que distrae del presente. Alcaraz, cuando juega, no pretende dar la imagen de buen tenista, ni Springsteen, quedar bien. Solo nos hace feliz lo que es de verdad y, cuando intentamos dar una imagen impostada por ser ‘algo mejor’, lo único que conseguimos es hundirnos en la miseria”.
Springsteen y Alcaraz “saben quiénes son y saben que valen por lo que son. Son espontáneos, frescos y limpios. Se atreven a mostrarse con total desnudez y transparencia. Sin camuflarse, porque saben que, escondiéndose, no se puede disfrutar de la vida“.
