NI UNA RECOMPENSA NI UN CASTIGO
Otra de las batallas de los padres son las chuches si aprueban o el te dejo sin postre si te portas mal. “La comida nunca puede asociarse a premios y castigos porque estableces una relación tóxica en la que ya no te alimentas por hambre, sino por el placer que provoca”, critica.
Los niños no son ingenuos y ya se dan cuenta de que la comida tiene un valor emocional, detalla. “Entonces, empiezan los chantajes y si no haces lo que quieren dejan de comer. Como tú no vas a dejar a tu hijo sin comer, su poder sobre el padre o la madre es enorme”. Las consecuencias de estas asociaciones son terribles, tilda. “Estamos viendo que los trastornos relacionados con la autopercepción y la distorsión de la imagen corporal (TCA) se inician mucho antes, y ahora llegan a los 10 años, y también en niños y no sólo en niñas”.
No podemos desvincular la comida de la energía que aporta al organismo para estar sanos, insiste. “Los niños son niños, claro, pero nosotros ponemos los límites. Tengo muchos ejemplos de niños celíacos o diabéticos que saben perfectamente lo que pueden y no comer, y del peligro que les supone, porque se lo han explicado y no son tontos. Y con los atracones de azúcar hay que hacer lo mismo, que sepan por qué les duele la barriga. Tienen que aprender qué les provoca lo que comen”.
DÉFICITS NUTRICIONALES
Los padres se enfocan en comida y cena, pero no tanto en desayuno o merienda, que descuidan más, bajo la experiencia de la psicóloga. “Una bomba de cereales azucarados en el desayuno les aporta una ansiedad tremenda que cae en picado en clase y les vuelve insoportables y complicados de gestionar. Se ha demostrado que los desayunos en los que se combina proteína y grasa les hacen estar mucho más estables”. Da dos opciones mejores: una tortilla francesa con un poco de pan con tomate, un trozo de queso y un buen chorro de aceite de oliva virgen extra o un tazón con un yogur gri