Si no le echaríamos gasolina a un diésel porque queremos que funcione y nos aguante muchos kilómetros, ¿por qué introducimos en nuestro cuerpo ultraprocesados que apenas nos aportan energía pero nos ponen como una moto para dejarnos tirados? El problema que afecta a los adultos es aún más grave cuando hablamos de niños, alerta la psicóloga infantil María Luisa Ferrerós, prolífica autora en Ed. Planeta que acaba de publicar Dime qué come y te diré cómo se porta en colaboración con la Dra. Victoria Revilla. “En la etapa de crecimiento, una mala alimentación les afecta muchísimo más. Están en construcción y todavía no tienen el cerebro ni el intestino madurado”, explica.
Numerosos profesores están preocupados porque, día tras día, los niños llevan al almuerzo o el tentempié del recreo bollería industrial y zumos concentrados azucarados en lugar de nutrientes que los alimenten. “Todos tenemos mucho estrés y poco tiempo, así que lo fácil es meter la bolsita con las galletas. Es una pelea, porque la sociedad ya está hecha para que los niños prefieran y se decanten por opciones no saludables. Por eso es importante que desde la escuela se incentiven, como un juego, esas buenas bases de la nutrición”.
Pone el ejemplo de la semana de la fruta o la del pan integral, todo de forma muy lúdica. “Es una tarea de implicación en casa, en el colegio y desde las instituciones y el Gobierno”. Es necesario que se empiece a educar en equipo desde pequeños, insiste, porque “el paladar se habitúa rápido al sabor exagerado del azúcar de los productos ultraprocesados”.
